DIARIO DE UN DEPENDIENTE DEL OXXO EN SU PALACIO LUNAR
Carlos Velázquez
4 de octubre de 2049
Nunca he padecido de insomnio. Cuando se propagó, la epidemia del sueño me hizo los mandados. Mientras todo el mundo se gastaba la noche contando ovejitas, ronqué a mis anchas. Pero desde que mi mujer me dijo que nos regresamos a la Tierra no he podido sellar el párpado. Me recordó la noche de los disturbios. Cuando el planeta se calentó tanto que se produjo el primer éxodo masivo. Ni aguantan nada. Pero para uno que nació en el Norte esas temperaturas no lo apantallan. Entonces me hicieron el ofrecimiento. Encargado del primer OXXO en la Luna. Me fui a la casa y no conseguí dormir de los purititos nervios durante dos madrugadas seguidas. ¿Qué tienes, viejo?, me preguntó mi mujer, ¿por qué te revuelcas tanto en la cama?. ¿Te cayó mal la cena? Cometí el error de contarle. Yo no quería abandonar el terruño. Pero dejé que me convenciera. Me chantajeó con el futuro de nuestros hijos. Y ahora que la Tierra vuelve a ser habitable quiere que nos regresemos. Pero yo no.
5 de octubre de 2049
Nunca me fui de mojado, pero me siento como uno. En lugar de cruzar la frontera me jalé pa la Luna. Y no toca volver a México sino repatriarme a la Tierra. Y la idea no me cuadra. Siento que nomás no me voy a hallar. Aquí soy alguien. El pionero que inauguró la primera sucursal OXXO en la Luna. Nada me ata a mi antiguo planeta. No me atormenta la nostalgia. Ya no. Cuando llegué sí me retorcía del antojo de unos frijoles puercos hechos en casa, pero con el tiempo me acostumbré a agarrarles el gusto a los sintéticos que venden en un tubo. Tampoco me ilusiona ver a la familia. Mi única prole es la que viste el uniforme de la empresa.
7 de octubre de 2049
Cuando el negocio se comenzó a expandir de forma interplanetaria y abrieron una tienda en Marte, el primero en aceptar cambiarse de planeta fue mi compadre Concho. Es como vivir en una colonia de ricos, me contó en videollamada. Deberías animarte y venirte para acá. Hay más agua que en todo el Noreste, me presumió. Pero nunca me gustó eso del mote del planeta de la guerra. Aunque mi compadre me insistía que era seguro. Hoy nos enlazamos otra vez y me confesó que también se vuelve. Que añora mucho ir a las peleas de gallos. Ya está negociando su cambio.
9 de octubre de 2049
Hoy vino el gerente de zona. No me atreví a preguntarle si también pediría su traslado a la Tierra. Me hizo un amable recordatorio. En un par de meses habrá inventario. Soy apreciado por la empresa por mi habilidad para inventariar. En mis más de veinte años en el puesto nunca me han salido mal las cuentas. Pero por primera vez siento que no tengo cabeza para acometer la tarea. Todo este asunto del retorno me tiene bastante intranquilo. Ayer aterrizaron las naves que trasportarán a todos los que quieran regresar. A mi mujer ya le urge comprar los pasajes.
12 de octubre de 2049
Ahora no puedo dormir por culpa de los gritos. En la habitación contigua mi mujer se pelea con mis hijos. Ellos no quieren regresar. No quieren cambiarse de escuela. No conocen a nadie en la Tierra. Diles algo, me rogó mi mujer. Pero no pienso intervenir. El panorama no los entusiasma. A nuestro arribo nos instalaríamos con mi suegra en lo que encontramos casa. La verdad, a mí tampoco me atrae el plan. Ustedes váyanse, dijo mi hija. La Tierra no significa nada para mí. Me quedo en la Luna. Mi mujer se echó a llorar.
16 de octubre de 2049
Hoy, como todas las mañanas, la oficial UR74 pasó por su café. Es un clon. La duplicaron igualita a Scarlett Johansson. Me preguntó a qué se debía tanto alboroto. Por qué todo mundo estaba rematando sus pertenencias. No sabía nada de la repatriación. Los clones no cuentan con el derecho para ser reubicados. A menos que sea a través de un protocolo dictado por las autoridades. Me preguntó si también me marcharía. Le respondí con un gruñido. Te echaré de menos, amigo, me dijo y se fue a patrullar la galaxia. Aunque los clones no tienen sentimientos, su comentario me sonó sincero. Aunque la verdad, creo que la extrañaré más yo.
20 de octubre de 2049
“Make Earth Great Again”, es el eslogan con el que están promocionando los viajes de regreso. Cabrones, quién los entiende. Millones y millones de dólares que invirtieron para colonizar el espacio y ahora se quieren retachar. No tardaremos ni cinco minutos en volver a sobrepoblar la Tierra. Y nos vamos a quedar como el perro de las dos tortas.
24 de octubre de 2049
Salí a dar un paseo por el lado oscuro de la Luna. Lo que a lo lejos creí que eran campamentos, era en realidad un tianguis improvisado. Los que se marchan están vendiendo todo lo que pueden. Muebles, ropa, herramientas. Todo estaba baratísimo. Me compré varias reliquias. Uno de los vendedores me dijo que aquellos que se queden en la Luna se quedarán con todo lo que no se alcance a vender. Que lo abandonarán. Si me quedara podría hacerme de un buen botín.
26 de octubre de 2049
Las broncas han cesado. Mi hija lleva varias noches sin dormir en casa. Mi mujer confía en que al final la convencerá. A mí no me ha preguntado si me quiero largar o no. En cuanto corrió la noticia de que la Tierra había dejado de estar cerrada por derribo, me dijo nos vamos. No tengo ánimos para enfrentarla. La aproximación del inventario me está comiendo el coco.
2 de noviembre de 2049
Ramiro, mi mejor empleado, ha presentado su renuncia. Se regresa a la Tierra. Me cuesta creer que nadie se haya encariñado con la Luna. Es como si hubieran contraído una fiebre por volver. Aquí se vive bien. El clima garantiza la tranquilidad. Las bajas temperaturas mantienen apacible el carácter de la gente. Y no tenemos que andar enchamarrados como si estuviéramos en invierno en Texas. La ropa es ligera y nos defiende de la intemperie con eficacia. Nadie ha muerto nunca de hipotermia. Ni siquiera los indigentes que duermen en la calle.
No me atreví a decirle a Ramiro que estaba cometiendo una equivocación. Aunque ganas me sobraban. Llevaba cuatro años trabajando aquí. Ya me había encariñado con él. Era un elemento valioso. Mantenía los refrigeradores siempre bien surtidos. Y nunca se le hacía fila a la hora de cobrar. Una de las cosas que perfeccionamos en los OXXO fuera de la Tierra es que nunca tenemos necesidad de abrir una segunda caja, nuestro servicio es excelente.
6 de noviembre de 2049
Faltan cuatro semanas para el inventario. La oficina central, con sede en la Tierra, ha emitido un comunicado. Nos piden no renunciar a nuestros puestos. La reimplantación de los OXXO en nuestro país está en marcha, pero requieren que mantengamos nuestras posiciones. Mi mujer ha comenzado a hacer las maletas. Me ha insistido en que prepare mi equipaje. Que sólo lleve lo indispensable. Me ha prohibido peso extra. Ni loco pienso dejar mi colección de rocas lunares. Pa qué llevas piedras al cerro, me dijo. Allá empiezas una nueva desde cero.
10 de noviembre de 2049
Me rehúso a saltar del barco. Qué haré en la Tierra, le pregunté a mi mujer. Jubilarte, me respondió. Nunca he considerado el retiro. Y menos con un inventario a la vuelta de la esquina. Los transportes de Marte partieron hace un tiempo. Mi compadre Concho me mandó un mensaje desde su asiento de primera clase. Dice que desde el exterior mi OXXO se ve hermoso con su anuncio iluminado, como un palacio de colores rojo, amarillo y blanco. Y me han dado ganas de chillar.
16 de noviembre de 2049
La revuelta comenzó hace algunas horas. El Estado de la Luna ha decretado que todos los habitantes que no estén al corriente con sus impuestos no podrán viajar aunque tengan su pasaporte vigente. Cientos salieron a manifestarse y tuvieron enfrentamientos con la policía. Nosotros estamos al corriente. Pago mi predial cada año para disfrutar de mi patio lunar sin ser molestado. Nunca he recibido notificación por morosidad. Me arrepiento de ser tan cumplido. Envidio a todos los que se atrasaron.
20 de noviembre de 2049
Desperté de mejor humor. Aunque afuera la gente se amotina. No sé qué estarán regalando en la Tierra que todo mundo tiene prisa por pisarla. Abrí el OXXO y recibí a algunos de los proveedores. Jamás me imaginé que el Panqué de Durango se volvería un producto solicitado en todo el cosmos. Qué suertudo soy. Me hice adicto de sus polvorones con azúcar glas desde chiquito, así como los marcianos ahora se volvieron fans de los Vikingos. El auténtico desayuno (y comida y cena) de campeones. Es el alimento preferido de toda la galaxia. Yo siempre me aseguro de tener las salchichas girando a cualquier hora. Cada tanto una nave se detiene, el conductor se baja y deja el motor encendido, se prepara sus hot dogs y continúa su camino.
22 de noviembre de 2049
Vino mi vecino a pedirme prestado. No tuve el valor para negarle el dinero. Si quería rematriarse a la Tierra tenía que saldar su deuda con el Estado. Acumulaba fotomultas por conducir a la velocidad de la luz desde hacía cuatro años. Toda su familia tenía los papeles listos y en regla. Ahora podrían partir juntos. Como a Ramiro, quise advertirle que cometía un error, pero me contuve. Le entregué la cantidad que me pedía y un extra, por lo que se ofreciera durante el trayecto.
26 de noviembre de 2049
Faltan pocos días para que los trasbordadores comiencen a acarrear gente de regreso a la Tierra. Mi mujer se empeñó en que nos fuéramos en el primero que despegara. Rotundo, me negué. Sí, aceptaría irme con ella, aunque nuestros hijos se quedaran, pero a cambio de una petición. Que me permitiera llevar a cabo el inventario. Nunca en mi vida había dejado el trabajo tirado. Y no iba a comenzar ahora nada más por salir corriendo detrás de una fantasía. ¿Y si en la Tierra no nos querían?
Mi mujer reservó pasajes en el tercer transbordador. Aunque en ocasiones los inventarios pueden convertirse en una pesadilla, era tiempo suficiente para liquidar la chamba y notificar a mis jefes mi renuncia inmediata con el entendido de ser recontratado en la Tierra, si es que FEMSA lo consideraba viable.
29 de noviembre de 2049
Hoy partió la primera tanda de rajones. Nunca había visto tan contento a nadie. Y hoy también he comenzado el inventario. Pusimos un letrero en todas las lenguas que se hablan en esta galaxia, y aun así tocaban la ventanita. A señas teníamos que comunicarles que no había servicio. Mientras contábamos los miles de productos que ofrecemos a la venta, una reliquia, una grabadora de caset escupía los grandes éxitos de Bronco.
2 de diciembre de 2049
El inventario avanzó rápido. Como dije, nuestra tienda era de las mejores. Nunca se nos caía el sistema. Y éramos los número uno en velocidad al momento de recibir depósitos. Según mis cálculos en veinticuatro horas estaría terminado el inventario. Nos tomamos un receso para comer. Salí del OXXO a fumarme un cigarro. Mientras aplastaba la colilla contra la superficie lunar, me cegó un resplandor. La Tierra había estallado. Desde la Luna se apreciaba la hecatombe. Se había sobrecalentado tanto que implosionó. Días después regresaron las dos naves que habíamos mandado como avanzada. Y en las subsiguientes horas comenzaron a llegar cientos, miles de transportes, con terrícolas que habían logrado escapar a la catástrofe. La Tierra aún no estaba lista para ser rehabitada. Se los dije.
10 de diciembre de 2049
Pinches invasores, en poco más de una semana han convertido la Luna en un muladar. Todo está a reventar. Los cajeros, la panadería, los restaurantes. He contratado dos nuevos chavos para que atiendan las cajas sin descanso los dos turnos. Y ni así conseguimos darnos abasto. Tenemos las filas más largas de la galaxia. Mi mujer ha dejado de añorar la Tierra. Su madre fue una de las personas que alcanzó a librarla por los pelos poco antes del gran kaboom.